Buen dia
En mi experiencia como emprendedor, el síndrome del impostor se presenta justo cuando uno empieza a cobrar por lo que hace con pasión. En mi caso, con los arreglos florales, ese primer cliente fue más una prueba emocional que financiera. Lo que me ayudó a vencer esa inseguridad fue entender que la validación no viene del elogio, sino de la recompra. Cuando un cliente vuelve o te recomienda, es porque tu propuesta tiene valor real.
Algo que aprendí con el tiempo es que los primeros clientes no buscan perfección, sino confianza. Por eso, me enfoqué en mostrar mi proceso: cómo selecciono las flores, cómo mantengo su frescura y cómo personalizo cada diseño según la ocasión. Esa transparencia me permitió conectar, no vender.
Si estás en ese punto de duda, mi consejo es: no esperes sentirte listo, actúa con propósito y escucha al mercado. Cada entrega es una oportunidad de aprender y ajustar.